jueves, mayo 29, 2014

Anomia



Anomia: de Durkheim a ChejovLa anomia es la estricta contraparte de la idea de solidaridad social, pues en lugar de la integración, se instala la confusión y la descomposición.
Osvaldo Teodoro Hepp
Psicólogo social

Es evidente como se ha popularizado el término “anomia” dado que nuestra vida cotidiana nos golpea sin cesar en todos los niveles sociales con acontecimientos atroces que paralizan nuestras previsiones.

Esta convulsión permanente trata de ser diagnosticada por los medios de comunicación masivos apelando a las ciencias sociales. Como a su vez el uso que se hace del vocablo no siempre se ajusta al marco de lo que se desea describir y explicar, parece oportuno acercar un aporte desde el origen técnico y luego verlo aplicado a través del mensaje sintético plasmado en un cuento del excepcional escritor ruso Anton Chejov.

El término anomia fue originalmente desarrollado por el sociólogo francés Emile Durkheim, refiriéndose a las condiciones estructurales que están determinando la ausencia o confusión de normas y valores de una sociedad, institución o grupo. Constituye una quiebra cultural que ocurre cuando se produce una aguda discrepancia entre las normas y metas sociales y los grupos que no actúan en base a ellas.

La anomia es la estricta contraparte de la idea de solidaridad social, pues en lugar de la integración se instala la confusión y descomposición. Las personas, al no percibir un marco de referencia que los contenga, quedan librados a su propia suerte, dando lugar a un sentimiento de abandono y aislamiento, posibilitando hasta la aparición del “suicidio anómico”, uno de los cuatro que identificó el mismo Durkheim.

Se puede observar una prueba de la existencia de anomia en ciertos barrios precarios de las modernas áreas urbanas, compuestos por migrantes recientes de origen rural, quienes han dejado de aceptar sus normas y valores tradicionales, pero que aún no han asimilado las costumbres y nuevas exigencias de la compleja e inhóspita sociedad industrializada. El no percibir como legítima la subordinación a la sociedad como fuente de autoridad desencadena un proceso en el que se han roto los puentes entre el destino personal y el destino colectivo (Diccionario de Sociología, G. A.Theodorson).

“La sala número seis”. Así llamó Chejov a un cuento tan peculiar dentro de su literatura. Se trata de un hospital público de Rusia muy venido abajo en todos sus aspectos. En la sala número seis están internados los enfermos mentales, o sea, los peor tratados. El personaje por excelencia es el nuevo director llamado Andrei Ragin, quien halló el nosocomio en un estado deplorable. En las salas, en los pasillos y hasta en el patio, había un olor insoportable. Los guardas, las enfermeras y sus hijos dormían en las mismas salas que los enfermos. Todos se quejaban de que las chinches, cucarachas y ratas les hacían la vida imposible. Para todos los pacientes había únicamente dos escalpelos y un termómetro. A las papas las guardaban en las bañeras. El administrador, la encargada del guardarropa y el enfermero robaban a los pacientes, y se murmuraba que el médico director anterior a Ragin vendía secretamente el alcohol del hospital y mantenía relaciones muy íntimas con las enfermas y con las enfermeras.

En la ciudad estaban al corriente de todos estos desórdenes, pero ni las autoridades ni la opinión pública parecía hacer caso de ello. Para tranquilizar su conciencia, los vecinos decían que al fin y al cabo, en el hospital ingresaba sólo gente baja y campesinos, los cuales no podían sentirse insatisfechos, ya que en sus casas vivían mucho peor. ¡No los iban a alimentar con faisanes, faltaba más! Otros argumentaban que una ciudad, sin la ayuda de la diputación provincial, no puede costear un buen hospital. Por lo tanto, había que dar gracias a Dios por tener uno, aunque fuera malo.

Después de su primera visita, el doctor Ragin pensó que aquel establecimiento era inmoral y muy nocivo para la salud de los vecinos. A su entender, lo más sensato habría sido dar libertad a sus enfermos y cerrar el hospital. Pero luego lo consideró inútil, pues al desterrar la inmundicia física y moral, ésta se trasladaría a otro lugar.

O sea, había que esperar que el nosocomio por sí mismo se liquidase, y pensaba que así como el estiércol abona la tierra, no hay en el mundo cosa buena que no provenga de una inmundicia.

La teoría anómica del director. Con la teoría anunciada, Ragin entró en sus nuevas funciones dispuesto a no cambiar absolutamente nada. Desde el primer día manifestó la mayor indiferencia por lo que pasaba en el hospital. El nuevo director no sabe mandar, ordenar, prohibir o insistir, pidiendo todo “por favor”. Pero sabe muy bien que el administrador es un ladrón y que merecía ser echado a la calle hace ya mucho tiempo.

Cuando los enfermos se quejan de que pasan hambre o por los malos tratos del personal, él se desconcierta y no toma ninguna medida. Poco a poco se fue cansando de la monotonía existente y ratificó su teoría inicial de la inutilidad del hospital. Hoy son 30 enfermos, mañana serán 35 y pasado mañana, 40; y así sucesivamente, día tras día, y sin que descienda la mortalidad. Además, ¿ para qué impedir que la gente se muera, si la muerte es el final natural de todos? ¿Vale la pena prolongarle la vida cinco ó 10 años?

El objeto de la medicina es aliviar el sufrimiento, pero ¿para qué aliviarlos si, según los filósofos, el sufrimiento eleva al hombre a su perfección ideal? Además, los hombres más eminentes han sufrido mucho. Pushkin pasó unas horas terribles antes de morir; y el pobre Heine estuvo paralítico muchos años. ¿Por qué, pues empeñarse en ahorrarle sufrimiento a un triste empleado o a una burguesa cualquiera, cuya vida desprovista de padecimientos es monótona e insípida como la de un organismo elemental?

Abrumado por estas reflexiones, Ragin abandonó sus deberes, sólo aparecía por el hospital dos o tres veces por semana y sólo por unas pocas horas, dejando que el establecimiento sea el reino de la anarquía, o de la anomia, es decir, donde lo único que parece planificado es el mantenimiento del desorden y la muerte de las jerarquías.

© La Voz del Interior

Una prueba de la existencia de anomia se puede observar en ciertos barrios precarios. Foto: LaVoz / Antonio Carrizo / Archivo
 
 
 

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